Nunca he recibido tantos "saludos" a la mujer que me trajo a este mundo como en este último mes.
Mi cuenta de twitter en este momento es un hervidero de mensajes violentos, donde leo frases horrendas, combinaciones de palabras soeces de todas clases y escritas con las pezuñas de una ortografía igualmente brutal.
Supuestamente las merezco por personificar en EL DESAFÍO, programa de televisión que presento hace varios años, la ley que le impuso castigos demasiado severos al equipo de los costeños por haber hecho trampa en el juego.
Independientemente de lo justificado que esté el descontento de este grupo de gente, resulta alarmante que en este país la intimidación y el matoneo sean recursos de primera mano para expresar la rabia. Pareciera que la herida del pueblo colombiano es profunda y no desaprovecha oportunidad para sangrar. Qué mejor blanco para lanzar flechas envenenadas de frustración que las personas que trabajamos exponiéndonos en los medios de comunicación, pues al fin y al cabo somos unas figuritas creadas al antojo de las expectativas de los demás. Somos esa cosa que se puede agarrar a puntapiés cualquier día y para cualquier lado porque nos encontró mal ubicados el zapato de nuestra desgracia. Sabemos que este fenómeno no se produce solamente en Colombia, los mal llamados ídolos se crean en el mundo entero para luego ser destruidos sin compasión por sus mismos adoradores desilusionados. Lo que sí creo, es que desafortunadamente en esta patria despeinada que tanto quiero, la violencia se está tragando nuestras palabras y no solamente tememos por nuestra imagen, que cada vez me importa menos, sino por nuestra integridad física, pues aquí si algo se cumple son las amenazas antes que cualquier promesa.
En momentos como este es cuando me doy cuenta de lo crucial que es educar un país. Aquellos que son capaces de expresarse con tanta bajeza, ni siquiera saben escribir, ahí se ve nuestro deplorable nivel de cultura y la línea de pobre razonamiento. Una sociedad que no está educada está condenada a vivir en la confusión, a no ver la diferencia entre una telenovela y la vida real y a vender sus votos por tamales con aguardiente. La atroz comunión de la falta de educación con la ira primitiva genera grupos sociales que más parecen manadas de animales salvajes, pero sin la inocencia de aquellas especies que sólo matan por hambre.
Esto me lleva a pensar en la extraña condición humana, pues el canibalismo es una práctica de bárbaros que se da también a nivel sicológico y a través de la peculiar historia del hombre.
Yo también me observo en mi vida cotidiana juzgando aquí y allá sin saber, sin conocer y sin aceptar que juzgar no es que sea “malo” sino imposible. La arrogancia de nuestro ego es corta de vista y de sabiduría, solamente tenemos nuestro miserable mundo privado como punto de referencia para determinar cómo debe comportarse la vida con nosotros. Esta conciencia es lo que afortunadamente no me permite salir con una puñaleta loca a contestar de vuelta o perseguir a todos aquellos que me han ofendido con tanta bilis.
Expresar la rabia es necesario, es incluso enriquecedor y creativo cuando se la sabe traducir en palabras, con ella podemos incluso aprender a no esconder nuestra verdadera voz y a ser personas asertivas. Sin embargo el insulto es el recurso al que apela nuestro pedazo más idiota cuando la carga de odio es demasiado pesada. Cuando nuestra inteligencia llega a su límite y se nos acaban los argumentos sólo nos queda la deshonra de alguno de nuestros inventados enemigos, despojarlo de toda valía como persona aludiendo de la forma más vil a su origen, a su madre, a su sexualidad, a su raza, incluso a su edad, pues “vieja” en mi caso pretende ser también un insulto.
Ya ni sé a qué clase de educación debo referirme cuando pienso en que aún las personas que la han recibido se le arrodillan al mismo fenómeno antropofágico. En ese caso diría que el problema de nuestra sociedad es de salud mental, quizás imperceptiblemente malograda por tantos años de atestiguar impotente una guerra tan cruel. Así las cosas, me toca echar mano del pedazo menos idiota que tengo y aguantar como leona la avalancha de improperios sin juzgar a mis ofensores que ahora mismo son una masa sorda a cualquier raciocinio. Estoy educada para eso.
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