Bajo la premisa de que narrar en pocas palabras los
saberes milenarios de los distintos pueblos es irrespetuoso e irresponsable, ya
que se puede caer en interpretaciones superficiales y erradas sobre aquellos
conocimientos que para ellos son sagrados, el autor se limita a presentar un
panorama muy general de cómo dichos conocimientos generan vida e identidad en
las nuevas generaciones mediante procesos de tradición oral por los padres,
abuelos, tíos y, en especial, por los ancianos sabedores de los pueblos y
comunidades indígenas. La explicación es fruto de sus experiencias como hijo de
una familia que conservó la tradición Kamëntsá, como acompañante en algunas
actividades de reflexión realizadas con voceros del orden nacional y con las
comunidades de los pueblos Arhuaco, Paéz, Guambiano, Pastos, Ticuna, Cofán e
Inga. Así mismo, de sus vivencias como estudiante, docente de colegio,
catedrático universitario e investigador.
De acuerdo a nuestra costumbre, en primer lugar,
agradezco a Bëngbe Bëtsá .nuestro creador., por todos los saberes que nos dotó
para mantener nuestra identidad. También agradezco a los ancianos sabedores de
diferentes pueblos que han cumplido la tarea de transmitir sus conocimientos de
generación en generación, permitiéndonos en la actualidad compartir algo de
dichos saberes con la sociedad en general.
Finalmente, agradezco a todos los
profesores y compañeros que me permitieron compartir sus conocimientos. De las
prácticas comunitarias realizadas llegué a comprender que los saberes de cada
uno de los pueblos a los que me refiero son recíprocamente complementarios, y
se transmiten para el servicio de todos. En consecuencia, es factible afirmar
que los distintos saberes constituyen la génesis de la identidad y diversidad
cultural de los grupos indígenas que siguen enriqueciendo el desarrollo
intelectual de la humanidad.
La sabiduría indígena proviene de su creador
El saber indígena es considerado por los mismos
miembros de cada pueblo que proviene de su Creador y, en consecuencia, no es
posible comprenderlo en profundidad si se trata en forma aislada. Por eso
cuando los sabedores de tradición oral comparten sus conocimientos, en primer
lugar proclaman al creador de su mundo y su pueblo, luego mencionan a los
antepasados, abuelos,
tíos y a sus padres, de quienes
recibieron los conocimientos propios de su cultura. Con lo anterior, los
sabedores quieren significar que los saberes de transmisión oral no son producidos
por ellos, y su tarea es identificarlos con el apoyo de la comunidad para luego
transmitirlos. Es decir, dichos conocimientos no son resultado del estudio o
trabajo individual, sino de un proceso de conocimiento colectivo, orientado a
la toma de conciencia de la sabiduría que su creador les ha asignado para
garantizar la identidad en la vida de las comunidades. Este modo de transmitir
los saberes subsistió de generación en generación por muchos siglos, hasta
cuando apareció la forma escrita como una manera de producirlos y difundirlos.
Es importante anotar que desde entonces se debilitó el procedimiento de
transmisión por tradición oral, desencadenando un atraso paulatino del saber
indígena.
Sin embargo sobreviven algunos ancianos sabedores que
constituyen las .bibliotecas vivientes para los pueblos indígenas de tradición
oral y la muerte de cada uno de ellos significa la extinción de una
enciclopedia oral.
El saber indígena es patrimonio comunitario y compromiso social
Los sabedores mediante la comunicación de sus
conocimientos tradicionales desarrollan su compromiso social de proteger la
identidad asignada por su creador. Es decir, su compromiso es formar hombres
comunitarios con identidad. En la tarea de formación, nuestros padres como los
sabedores tradicionales comienzan por aclararnos que este mundo está hecho sólo
para conocerlo y respetarlo en sus leyes naturales y advierten a quienes lo conocen
mejor, para que cumplan con su responsabilidad de hacerlo conocer y respetar.
Además explican: el mundo está hecho para que en él pasee, transite la vida del
Hombre, como una referencia al principio universal de la evolución. Por eso
consideran que la vida asignada por su creador sigue circulando de generación
en generación, experimentando cambios con el acompañamiento espiritual de los
mayores. Por todo esto, los ancianos sabedores sienten la necesidad y
obligación de renovar sus conocimientos, actualizarlos y transmitirlos a las
nuevas generaciones para que no crezcan huérfanas de su identidad.
En consecuencia, el saber indígena es un saber dinámico
que se recrea a diario en los actos, hechos y circunstancias del Hombre en
relación con lo divino, la naturaleza, con la familia, la comunidad y la
sociedad en general. Es decir, los saberes indígenas siempre han constituido una
riqueza intelectual para formar Hombres comunitarios con identidad, semejante a
decir formar ciudadanos., tarea principal encomendada en cabeza de los ancianos
sabedores.
Los ancianos sabedores son la fuente viva del conocimiento de los pueblos indígenas
Para los nativos que se autodenominan como Kamuéntsa
Yentsáng, kamëntsá Biyáng. Hombres de Aquí, con pensamiento y lengua propia. Del
Valle de Sibundoy, en el departamento del Putumayo, sus saberes provienen de
Bëngbe Bëtsa .nuestro creador, nuestro mayor, nuestro grande y de Tsbatsan
mamá, que es su madre tierra, e identifican su lugar de origen como Bëngbe
Tabanók, significando .nuestro lugar de partida y llegada. Kem luar, para
expresar este territorio y nÿes luar, para significar este mundo terráqueo. A partir de este modo de concebir el universo y
a sus procreadores, los ancianos sabedores transmiten sus saberes ubicando los
temas u objetos dentro o fuera de esa identidad espacial.
Las comunidades indígenas reconocen a los ancianos
sabedores de la cultura tradicional como sus voceros y consideran que sus
consejos, opiniones y recomendaciones son “La Palabra Correcta”, expresión
utilizada para significar que en sus palabras conllevan un profundo
conocimiento sobre los temas u objetos que dan a conocer. Así, los sabedores
indígenas constituyen una fuente fundamental del conocimiento tradicional de
cada pueblo.
Los sabedores por sus amplios conocimientos tienen la
capacidad de identificar con facilidad las cualidades de las personas y las calidades
de las cosas, por eso generalmente están emitiendo recomendaciones a los padres
de familia para que cuiden y orienten a sus hijos de acuerdo a la vocación o
interés que hayan demostrado, como también para el buen manejo de las cosas en
beneficio de todos. Para ellos la vocación es la voluntad de las personas de
ser comprensivas en la realización de los oficios de carácter comunitario. Con
este criterio identifican niños y adolescentes voluntarios para la cacería, las
artes, los ritos, la medicina, las siembras, las cosechas, los juegos, etc., y
con cada uno de ellos comparten su don.
Los sabedores leen las cualidades de una persona en los
actos o estados que él o ella establece, que pueden estar relacionados con lo divino,
con lo humano y con la naturaleza. Pueden ser examinadas dichas cualidades
durante un saludo, en los trabajos comunitarios, en las fiestas, en las
asambleas, en los ritos de limpieza física y espiritual, en los juegos, etc.,
explicando luego lo que sintieron acerca de esa persona y, en efecto, emiten
algunas sugerencias o recomendaciones necesarias con el fin de protegerla de
los peligros y aconsejarla para que cuide las buenas relaciones con su Creador,
con los demás, con la naturaleza y consigo mismos.
De otra parte, los padres de familia que conservan la
tradición respetan los consejos de los sabedores y ayudan para que en el
corazón y la mente de sus hijos nazcan los saberes de dichos ancianos. Con tal
propósito los padres brindan a sus hijos el acompañamiento necesario en las diferentes
actividades de la familia y comunidad.
El reconocimiento de las cualidades de una persona se
va dando con mayor claridad a medida que participa en las relaciones
comunitarias. Por eso los padres de familia generalmente asisten con sus hijos
a los trabajos comunitarios, a las fiestas, a las asambleas, etc.
En el caso de los Kamëntsá, a los menores que asisten a
los diferentes actos comunitarios se los conoce como “sobrinos” y son
considerados acompañantes. Y a todos los adultos o mayores se los reconoce como
“tíos”, creándose un ambiente de familia. En general, las experiencias y
saberes de los padres hacen parte de la vida de sus hijos, por eso los
conocimientos de los primeros crean cierto prestigio, respeto y autoridad en
los herederos.
En consecuencia, la comunidad espera de quienes han
recibido los mejores saberes tradicionales que sus actitudes, consejos y
opiniones sean acordes con sus conocimientos, y considera que dichas prácticas
garantizan la preservación de los conocimientos a través de un nuevo sabedor prudente.
Si la conducta de estos herederos contraría los
conocimientos percibidos, la comunidad toma una postura de control mediante
enérgicas críticas a fin de corregir sus actitudes. Es decir, cada comunidad
establece la relación entre la conducta de los sabedores y los conocimientos
tradicionales de cada pueblo indígena en sus experiencias vividas y si encuentra
concordancia entre ellos les brinda la mayor confianza y respeto.
El trabajo: Una forma de transmitir conocimientos e identidad
Los niños de familias que conservan la tradición
empiezan su vida en un ambiente de adiestramiento sobre el manejo de los
instrumentos que utiliza la comunidad, en los espacios donde ésta desarrolla
sus trabajos, con el propósito de inculcar en ellos los saberes propios de su
cultura.
En la chagra o huerta tradicional
Las chagras o huertas tradicionales son espacios donde
se organizan los cultivos alimenticios y medicinales, y se cuida parte de la
flora y la fauna silvestre, con el propósito de mantener una relación
equilibrada entre los seres vivos y la naturaleza. Las familias que conservan
la tradición sostienen su chagra de acuerdo a los saberes, convirtiéndola en verdadera
despensa, con el mayor número de provisiones para satisfacer sus necesidades diarias.
Los padres siempre llevan a sus hijos menores a la
chagra como acompañantes a los diferentes trabajos comunitarios de siembra, de
limpieza, de poda, de cosecha, etc., y los adiestran en manipular algunos
elementos de madera, simulando con ellos el manejo de las herramientas que
utilizan los adultos en las distintas labores, evitando así cualquier riesgo
que podría perjudicar físicamente a los niños. En la medida que avancen éstos
en sus simulacros, les entregan las herramientas de metal que ya no son útiles
para los adultos y con ellas comienzan a participar en trabajos sencillos,
emprendiendo desde entonces un proceso de enseñanza-aprendizaje de los
distintos saberes sobre las leyes naturales, sobre la madre tierra, clases de
plantas alimenticias y medicinales, clases de semillas, influencias del tiempo
lunar, las formas de cosechar los frutos, etc., y los adiestran para que al
limpiar las malezas hagan pequeños montones que faciliten su descomposición y
luego sirvan de abono orgánico.
Durante el acompañamiento de los menores en la chagra
para recoger fríjol, maíz, buscar leña, podar árboles, etc., los padres y demás
sabedores responden a sus preguntas mediante narraciones o cuentos sobre el qué,
cómo, dónde y por qué de las cosas. Con dichas explicaciones los niños se
acostumbran a respetar, a estimar y a colaborar en el cuidado de los cultivos o
sembríos y de los animales. Y sobre todo aprenden a leer los comportamientos y
estados de las cosas. Los niños que más leen las circunstancias reales, generalmente
hacen más preguntas interesantes y sus padres o sabedores los llaman “curiosos”.
Estos adquieren pronto muchos conocimientos en el manejo
de chagras y muy jóvenes llegan a ser utabnëng .jefes. o caporales de
cuadrillas tradicionales, convirtiéndose desde ese momento en auxiliares de su
propio gobierno. En efecto, los hijos que tengan mayor cualidad para este tipo
de actividades desde muy jóvenes comienzan a sostener una chagra en forma individual,
familiar y comunitaria.
Al obtener la primera experiencia, sus abuelos, tíos y
otros sabedores lo cuestionan sobre cuáles fueron los resultados. De acuerdo a
la información, ellos emiten críticas constructivas y las recomendaciones
pertinentes a fin de apoyarlos en la realización de los ajustes necesarios para
mejorar los resultados en las próximas siembras.
Este proceso se repite por varios años, hasta cuando
los ancianos sabedores reconocen que sus aprendices han logrado sostener buenas
chagras. El reconocimiento público significa que sus discípulos son autoridades
en el manejo de la chagra tradicional, porque han demostrado a través de sus
prácticas que tienen los conocimientos necesarios para actuar según las
exigencias de la realidad y desde este momento sus experiencias y conocimientos
se constituyen en aporte intelectual para su familia y comunidad en general.
En conclusión, la chagra es un espacio instituido para
impartir los saberes y compartir las responsabilidades, es decir, constituye
una “escuela” del saber indígena. Además podemos deducir que los conocimientos adquiridos
por quienes fueron principiantes son producto del acompañamiento y de sus
propias experiencias en los trabajos comunitarios, a partir de la fuente principal
que obtuvieron de sus mayores, convirtiéndose luego en autoridades en este
campo y transmisores de dichos saberes a las siguientes generaciones contribuyendo
a preservar su identidad.
De este modo, los padres de familia y la comunidad
indígena en general consideraron por muchos años, que llevar a los niños a las
“escuelas de los blancos” era convertirlos en perezosos, porque sólo permanecían
sentados en los salones y jugando en los recreos, sin producir algo en
beneficio propio, de su familia o de la comunidad. Concepto que ha venido
cambiando en la medida que avanza el proceso de mestizaje.
En las artes
Según los ancianos sabedores todos nacemos con
facultades artísticas, pero algunos las desarrollan mejor que otros, como se
puede apreciar en los trabajos de siembra, de cosecha, en tratos o curaciones a
enfermos, en tallados o tejidos, en la música, en el habla, en el juego, etc., todos
podemos realizarlos, pero no todos los podemos hacer con los mismos saberes ni
con el mismo arte; con esto ellos quieren significar que en todos nuestros
actos se reflejan los pensamientos, sentimientos y la voluntad con que se obra.
Los sabedores califican a quienes alcanzan la capacidad de hacer sentir placer,
hacer ver con satisfacción el resultado de sus trabajos como hombres o mujeres
de “buena mano o buena espalda”.
En este campo, igual que en el anterior, los
aficionados llamados como “curiosos”, se inician desde muy pequeños como
acompañantes en los trabajos de los maestros sabedores. Comienzan por servir de
ayudantes a pasar instrumentos o herramientas que no están prohibidas y no
presentan ningún peligro para sus vidas.
Durante el “período de acompañamiento” el sabedor
explica sus experiencias artísticas en la realización de sus trabajos o
elaboración de objetos artísticos, en donde cuenta cómo aprendió a hacerlos y
qué aporte propio ha hecho en ellos. En dichas explicaciones transmite las ideas,
sus saberes sobre las diferentes artes tradicionales, basado en mitos, ritos,
cantos, carnavales, etc. Durante esta asistencia los sabedores enseñan a
distinguir las partes del trabajo, calidades y características de los
materiales.
Después de un tiempo permiten a los principiantes manejar
algunos instrumentos o herramientas sencillas, con las cuales comienzan a producir
partes de los objetos y efectos artísticos de su maestro; enseguida los Máitrëng
“maestros” entregan algunos materiales para que sus aprendices comiencen a producir
en forma independiente algunos objetos para su uso personal o de su familia y así
desarrollen sus habilidades produciendo efectos artísticos de acuerdo a las
explicaciones anteriores.
Los maestros sabedores permanecen atentos para que sus
discípulos no “dañen su mano”, es decir, para que no hagan mal las cosas. Sus
observaciones y recomendaciones están orientadas principalmente a la voluntad con
que se deben realizar los trabajos.
Este acompañamiento por parte de los sabedores a sus
aprendices dura varios años porque consideran que cada uno tenemos “manos
diferentes”; con esto dan a entender que el arte no se enseña, sino que quienes
tienen mayor conocimiento y producen artísticamente los trabajos presentan los
pasos de cómo los desarrollan, para que cada uno de los aficionados logren
también producirlos artísticamente, según los pensamientos, sentimientos y la
voluntad que tengan para ello. Cuando los aprendices alcanzan a plasmar en sus
trabajos y objetos elaborados los saberes ancestrales de un modo artístico propio,
diferente a los demás, es factible que sus maestros sabedores les brinden el
reconocimiento público de Tsábe Máitro “maestro de buena mano”, por el desarrollo
de sus facultades artísticas en las obras que ha ejecutado.
En consecuencia, para los maestros sabedores el arte es
una forma de perfeccionar las facultades del pensamiento, sentimiento y la
voluntad de cada persona. Por eso ellos no se comprometen a enseñar las artes
sino a exhibir o presentar los modos de cómo ejecutarlos artísticamente en diferentes
campos de la cultura tradicional.
En la medicina tradicional
En cuanto a los médicos tradicionales, existe la
convicción de que ellos nacen con ciertos dones especiales otorgados por su
creador y por eso no es suficiente sólo tener vocación de ser médico. En la
tradición existe la confianza de que el médico tradicional posee saberes para
proteger de los males corporales y espirituales a las personas, plantas, a los
animales, y demás objetos posibles. En efecto, a él le consultan sobre las
causas que están afectando a determinadas personas o cosas. Para mantener la
capacidad de encontrar dichas causas materiales o espirituales conservan dietas
alimenticias especiales y su conducta frente al contacto con las demás
personas, con la naturaleza y con lo divino es muy reservada. Es decir, que no
es frecuente el contacto directo entre la comunidad y el médico tradicional en
los trabajos comunitarios, ya que dicho contacto se da cuando los pacientes se
acercan a consultarlo en su casa, según las necesidades. En cuanto a su
relación con la naturaleza es de mucho respeto y con lo divino es de profunda
fe en su creador. En la práctica cada uno de los médicos tradicionales
acostumbra a seleccionar mínimo un acompañante menor de edad, a quien adiestra
para ser su auxiliar en la medida que vaya entendiendo a manejar las relaciones
con lo divino, lo humano y la naturaleza.
Por ello los sabedores médicos eligen acompañantes de
absoluta confianza. Así investigan y prueban a los niños de familias bien
conocidas acerca de sus dones especiales.
Una vez que hayan verificado sus cualidades físicas y
mentales, los nombran como parte de sus ayudantes. Desde entonces los someten a
una dieta alimenticia y a una disciplina rigurosa que garantice el cumplimiento
de su responsabilidad con el sabedor, con los pacientes, con su familia y con
la comunidad en general.
Muchos acompañantes tardan quince, veinte o más años
para obtener el reconocimiento de los sabedores en medicina tradicional, el
cual logran cuando han demostrado tener dominio de “la bebida sagrada del yagé”,
producto de una planta silvestre, utilizada siempre para encontrar las causas
de los males materiales o espirituales en los ritos tradicionales de limpieza.
La mayor parte de las experiencias y conocimientos
sobre la medicina tradicional se adquiere a través de las ceremonias de
limpieza, donde el mismo aprendiz se somete a todas las formas de
experimentación, con el fin de vivir, sentir y reconocer los efectos que
producen las plantas, los ritos y otros elementos que se usan. Además, el
aprendiz es quien siempre está dispuesto a acompañar a otros pacientes cuando
así lo determine el médico sabedor.
En este proceso el acompañante viene asumiendo el
compromiso social de proteger a los pacientes y a la comunidad, adiestrándose a
sentir e interpretar los indicios que presentan las personas en las
pulsaciones, la energía, los sueños, las visiones al tomar yagé; lectura en los
orines, olores, sabores, estados anímicos, en los rostros, estados del tiempo, en
las voces, las buenas o malas horas, en las plantas hembra y macho, calientes y
frías, etc.
Después de varios años de práctica durante el acompañamiento
y posteriormente en forma independiente, los conocimientos de un aprendiz de
esta medicina son reconocidos por los demás sabedores cuando estos son testigos
de los buenos trabajos que ha realizado en beneficio de los pacientes y la
comunidad. Este reconocimiento público de “buen médico” a quienes fueron
aprendices, por parte de sus pacientes y otros sabedores, otorga cada vez más
prestigio a su maestro sabedor. El estímulo lo obliga a continuar tutoreando a
sus discípulos por lo menos otros diez años más en sus trabajos. Por lo tanto,
según la tradición no es posible tener jóvenes versados en la práctica de esta medicina.
Y quienes han intentado serlo siendo jóvenes padecen de la desconfianza de su
comunidad, porque la mayoría de las veces terminan negociando con la salud
física y espiritual de los pacientes. En conclusión, el saber de los médicos es
para proteger íntegramente a las personas, a la comunidad y sus patrimonios.
Por eso se los llama en la tradición kamëntsá como Tatsmboung “los de todo
saber”, quienes de acuerdo a la costumbre antigua tienen el deber moral de
servir para que todos vivamos en paz.
En forma similar a las descripciones anteriores
podríamos seguir presentando el desarrollo de otras actividades tradicionales
y, a través de ello, mostrar el proceso de transmisión de los saberes ancestrales
a las nuevas generaciones. En conclusión, el trabajo comunitario es el eje conductor
en la transmisión de los conocimientos ancestrales y de la formación de los
nuevos sabedores tradicionales. Mediante dicho trabajo los ancianos sabedores
se han preocupado más por formar inteligencias prácticas que abstractas,
logrando que perdure la identidad de cada pueblo.
Las lenguas vernáculas son la columna vertebral
de los saberes indígenas
Las lenguas vernáculas de los pueblos indígenas son la
columna vertebral de los saberes indígenas, ya que, según el pensamiento ancestral,
ellas constituyen una dotación otorgada por el mismo creador para que las
comunidades se comuniquen y compartan sus pensamientos. Al ser subestimadas
desde épocas de la conquista hasta nuestros días han permanecido en desventaja social
frente a las lenguas oficiales y comerciales de la sociedad nacional.
Las lenguas vernáculas han registrado los saberes de
nuestros antepasados a través del tiempo y el espacio. En Colombia actualmente
existen aproximadamente sesenta y cuatro lenguas vernáculas vivas, de los ochenta
y un pueblos indígenas que sobreviven en este país. Estas lenguas, aunque
debilitadas por todo el proceso histórico conocido, en la actualidad continúan
siendo el vehículo más importante de transmisión de los saberes.
A manera de ilustración se presenta a continuación cómo
en una lengua vernácula el sentido de las palabras y enunciados es reflejo del
pensamiento ancestral. Observemos algunas palabras de los hablantes nativos
conocidos como kamëntsas: Para expresar el acto de enseñar utilizan la palabra:
jaboátëmban /xa-boatëmban/ corresponde a “infinitivo-fluir-reconocimiento” y
con ella quieren significar que el concepto de enseñar “es un fluir del
pensamiento de una persona hacia otra para que reconozca” el objeto o asunto que
se expone. Y para aprender, usan la palabra joatsjinÿan /xoa-ts-jinÿan/ que
corresponde a “infinitivo-objeto-ver”, con la cual quieren explicar que aprender
“es ver mentalmente por sí mismo los objetos o asuntos que se exhiben”. Así
podríamos continuar con otras lenguas vernáculas, para concluir que éstas
siguen dando claridad de los saberes ancestrales en pueblos indígenas con
tradición oral y que su desconocimiento puede conducir a interpretaciones
superficiales o erróneas de una cultura determinada.
Transmitir el saber indígena es un deber y un derecho de las nuevas
generaciones
Por el hecho de nacer una persona en el seno de una
familia indígena que conserva más o menos la cultura ancestral, le corresponde
el derecho a heredar la identidad de sus padres y por ende la de su comunidad y
la de sus antepasados, y éstos tienen la responsabilidad de transmitir todos
sus saberes comunitarios para garantizar la vida en comunidad con cultura
propia.
Así, transmitir el saber indígena a las nuevas
generaciones es un deber de los padres de familia, los abuelos y la comunidad
en general. Dicho saber, percibido por los niños y los jóvenes a través de sus
familiares y ancianos sabedores, garantiza la identidad a estas nuevas
generaciones y, en consecuencia, la comunidad o pueblo los legitima como
miembros de la familia indígena.
Esta apreciación de los saberes indígenas en el marco
del Derecho ha permitido estrechar la relación entre la niñez y los ancianos
sabedores, en donde se ha desarrollado el respeto por la cultura propia y la de
otros grupos humanos, es decir, dicha relación permite distinguir y valorar la
práctica cultural desde diferentes aspectos. Desde el punto de vista endógeno,
el desarrollo del saber o conocimiento de los pueblos indígenas sigue siendo un
proceso de tradición oral: En efecto, las lenguas vernáculas siempre han
constituido el instrumento fundamental para transmitir el conocimiento
milenario, ya que ellas continúan reflejando la identidad y el pensamiento
construido a través de varios siglos por las generaciones pasadas en los
diferentes tiempos y espacios del universo que les ha tocado.
En resumen, al interior de cada uno de los pueblos el
fin de transmitir los saberes indígenas a las nuevas generaciones por parte de
los maestros sabedores es el de dar a conocer la sabiduría con la que les dio
identidad su creador y con la convicción de formar hombres de respeto a su
cultura, capaces de continuar buscando la felicidad de toda la comunidad.
Desde el punto de vista exógeno, el saber indígena al
exterior de la comunidad significa una interpretación o traducción, abstraída
por el pensamiento del investigador por medio de las técnicas de la investigación
científica. Según mis experiencias, la formación de investigadores en la
sociedad occidental tiene en parte propósitos similares, como es la de crear
hombres capaces de identificar conscientemente las distintas relaciones reales
del universo, sin tener en cuenta lo bueno o malo de dichos conocimientos.
Por otra parte, en la educación primaria, secundaria y
universitaria siempre me enseñaron sobre todo a memorizar y a repetir los
discursos o definiciones de distintos autores. Y si repetía igual a lo que
dictaban los profesores o lo escrito en los libros ó adivinaba lo que ellos
pensaban obtenía una mejor calificación. En este modo de formación se siente
con frecuencia la ausencia de verdaderos maestros.
En síntesis, esta educación se preocupa más por
desarrollar una inteligencia abstracta, individual, competitiva y
especializada. Su formación no pretende preservar una identidad por medio de
las distintas modalidades académicas, ya que las cátedras impartidas por los
profesores están proyectadas generalmente a cumplir un plan de estudios y
otorgar títulos, para que luego los nuevos profesionales inicien otra etapa de
su vida relacionada con las necesidades laborales y económicas. En efecto, los padres
de familia buscan entidades educativas donde sus hijos puedan adquirir mayor
formación competitiva para que muy pronto sean profesionales competentes en el
mercado de los empleos. A estas condiciones no se escapan los investigadores
que generan teorías en las diferentes áreas del saber, quienes producen saberes
bien específicos de acuerdo a sus profesiones. De lo antes expuesto podemos obtener
varias y diferentes conclusiones. Personalmente deduzco las siguientes: los
sabedores de los pueblos indígenas han fomentado la inteligencia práctica desde
la infancia, mientras en la sociedad nacional las entidades educativas vienen
impulsando la inteligencia abstracta. Los saberes indígenas se transmiten para reafirmar
la identidad de los pueblos, y las teorías de los investigadores, cuando son
éticas, se ponen al servicio de la sociedad para avanzar en los cambios
globales o universales. Sin embargo, creo que tanto los unos como las otras
buscan la felicidad humana.
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